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La caída del régimen de Bashar al-Assad, quien gobernó Siria con mano de hierro desde el año 2000, marca un punto de inflexión histórico no solo para el país, sino también para toda la región del Oriente Medio.
Assad, heredero de una dictadura familiar instaurada por su padre Hafez al-Assad, fue derrocado tras más de una década de una brutal guerra civil. La salida del dictador, conocido por violaciones sistemáticas de los derechos humanos, incluyendo el uso de armas químicas contra civiles, genera alivio en gran parte de la población siria.
Sin embargo, también desata una ola de incertidumbre sobre el futuro del país, ahora controlado por una coalición encabezada por el grupo yihadista Organización para la Liberación del Levante (HTS, por sus siglas en árabe).
La ascensión del HTS y el papel de actores externos:
El HTS, antiguo brazo de Al Qaeda, aprovechó un contexto favorable para su rápido ascenso al poder. Sus principales oponentes, incluidos aliados tradicionales de Assad como Rusia, Irán y el grupo libanés Hezbollah, enfrentaron debilitamientos significativos en otros frentes.
La invasón rusa a Ucrania, los constantes ataques israelíes contra posiciones de Hezbollah e Irán, y las crecientes tensiones internas en estos países, contribuyeron al debilitamiento de la red de apoyo al régimen de Assad.
Esta situación permitió al HTS consolidar su poder en Damasco, presentándose como una alternativa, aunque con un pasado marcado por brutalidades y su clasificación como grupo terrorista por parte de varios países.
A pesar de su pasado, el HTS ha intentado proyectar una imagen más moderada en áreas como Idlib, donde previamente administraba la región. Durante su gobierno en esta provincia, se comprometió a no perseguir a minorías como los cristianos o los alauitas, una rama del islam chiita a la que pertenece la familia Assad.
Ahora, con el control del país, queda por ver si esta actitud refleja una verdadera transformación o si simplemente era una estrategia para ganar simpatía.
El nuevo gobierno provisional liderado por Mohamed al-Bashir, designado primer ministro por el HTS, enfrenta el reto de estabilizar un país devastado y profundamente dividido. Bashir, quien anteriormente lideró la administración de Idlib, tiene hasta marzo de 2025 para estructurar un nuevo sistema político.
Sin embargo, las perspectivas de una democracia plena son remotas en una región donde tales regímenes son raros. Las alternativas más probables incluyen una “autocracia electoral” o un estado fantoches controlado por Turquía, lo que plantea serias preocupaciones sobre la estabilidad a largo plazo.
La postura de Israel: defensa y estrategias preventivas:
Israel, un vecino y rival histórico de Siria, no ha tardado en actuar frente al vacío de poder generado por la caída de Assad. Desde entonces, ha llevado a cabo más de 300 ataques aéreos contra objetivos militares en Siria, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (SOHR).
Estas operaciones han destruido arsenales de armas, instalaciones militares y supuestos sitios de almacenamiento de armas químicas. Además, el gobierno israelí ha desplazado tropas a las Colinas de Golán, una región estratégica que ha estado bajo ocupación israelí desde 1967.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha justificado estas acciones como medidas necesarias para garantizar la seguridad nacional y evitar que arsenales peligrosos caigan en manos de extremistas.
Sin embargo, también es evidente que Israel busca consolidar su posición en las Colinas de Golán y debilitar cualquier potencial amenaza que pueda surgir del nuevo gobierno sirio. Los temores de Israel también se extienden al posible resurgimiento de grupos hostiles como el Hezbollah o incluso facciones extremistas dentro de Siria que podrían dirigir sus recursos militares contra el estado israelí.
La presencia israelí en la zona desmilitarizada de las Colinas de Golán ha generado condenas internacionales, particularmente de países árabes como Egipto, que han descrito esta ocupación como una “violación flagrante” del acuerdo de retirada firmado en 1974. Sin embargo, Israel parece decidido a mantener esta posición hasta que haya certeza sobre las intenciones del nuevo gobierno sirio.
La crisis humanitaria y el papel de la comunidad internacional:
La guerra civil siria, que se prolongó durante más de 13 años, ha dejado al país en una situación humanitaria catastrófica. Según datos de la ONU, el 90% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, y hay más de 7 millones de desplazados internos.
Además, la asistencia humanitaria internacional ha sido insuficiente, con solo el 23% del presupuesto prometido para 2024 efectivamente asignado.
Las violaciones de derechos humanos han sido sistemáticas y generalizadas durante el conflicto. Tanto el régimen de Assad como los grupos rebeldes han sido responsables de ejecuciones sumarias, desapariciones forzadas, torturas y detenciones arbitrarias. Se calcula que más de 100.000 personas han desaparecido, dejando a miles de familias en una angustiosa incertidumbre.
En este contexto, las minorías étnicas y religiosas han sido particularmente vulnerables. Los cristianos, que constituían una de las comunidades religiosas más antiguas de la región, fueron víctimas de genocidio por parte del Estado Islámico.
Los alauitas, el grupo al que pertenece la familia Assad, podrían enfrentar represalias bajo el nuevo gobierno. Aunque el HTS ha prometido no perseguir a las minorías, la incertidumbre sobre sus verdaderas intenciones genera preocupaciones.
Paulo Sérgio Pinheiro, presidente de la Comisión de Investigación de la ONU sobre Siria, destaca que el país no debe repetir los errores de Libia, que cayó en el caos tras la caída de Muammar Gaddafi. Pinheiro considera improbable que Siria se convierta en un estado fallido como Libia o un estado fundamentalista extremo como el Afganistán gobernado por los talibanes.
No obstante, advierte que la reconstrucción del país dependerá en gran medida del apoyo internacional y de un enfoque realista hacia la transición política.
Escenarios posibles para el futuro de Siria:
El futuro de Siria sigue siendo incierto, con una variedad de escenarios posibles. En el mejor de los casos, el nuevo gobierno podría optar por un modelo de inclusión política que permita cierta estabilidad y represente a las diversas comunidades del país.
Sin embargo, también existe el riesgo de que se establezca un estado autoritario, disfrazado de democracia, o incluso un régimen terrorista que intensifique las divisiones sectarias y provoque nuevos episodios de violencia.
La influencia de actores externos como Turquía, Irán, Israel y Rusia será determinante en el destino de Siria. Turquía, por ejemplo, podría aprovechar la inestabilidad para ampliar su control en el norte del país bajo la excusa de proteger su seguridad nacional. Por su parte, Irán y Rusia podrían buscar preservar sus intereses estratégicos, mientras que Israel mantendrá sus operaciones para evitar el fortalecimiento de grupos hostiles.
A nivel internacional, la reconstrucción de Siria requerirá un compromiso financiero significativo y voluntad política por parte de actores globales, especialmente de Occidente y organismos multilaterales. Sin embargo, la reticencia de países europeos y Estados Unidos a involucrarse profundamente en el conflicto plantea un desafío adicional.
El futuro de Siria dependerá de su capacidad para construir un sistema político inclusivo que priorice la reconciliación nacional y garantice derechos fundamentales a todas las comunidades. Si fracasa en este objetivo, el país podría quedar atrapado en un ciclo de violencia y autoritarismo, con graves consecuencias para la estabilidad regional y para millones de civiles que ya han sufrido demasiado.
En esta encrucijada, el pueblo sirio enfrenta una lucha titánica por convertir la esperanza en realidad y evitar un regreso a las sombras del pasado.